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Los niños y sus talentos

Vivir en la era de la información tiene sus muchas ventajas, sin duda. Pero, como todo, viene con su lado negativo. Ser papás en esta época significa estar al pendiente de absolutamente todo y el tener acceso a la información en la punto de nuestros dedos puede traicionar nuestro instinto y nos dejamos llevar. Desde luego que si a eso le sumamos que en estos tiempos todo parece ser una competencia por redes sociales, la cosa se complica: como mamás y papás tenemos que estar al pendiente de que complete su desarrollo adecuadamente, que juegue pero que aprenda, que se exprese pero que entienda dónde está el límite, que descanse pero que explore todas las sensaciones… todo eso, mientras nos comparamos con el de junto que parece que lo está haciendo mejor que nosotros.


Y entonces, ante todo aquello, es prudente preguntarnos ¿y dónde queda realmente mi hijo? ¿Estoy en verdad promoviendo que su desarrollo sea óptimo o estoy buscando que sea el mejor, el más capaz, el más preparado, el más deportista y aparte simpático? Porque una cosa es querer lo mejor para ellos y otra muy distinta saturarlos para que cumplan con nuestras expectativas.
Hay debates importantes en cuanto a cuál es el mejor estilo de crianza: si debo ser más enérgico, si debo seguir la línea de una crianza respetuosa, en fin. Teorías hay miles y cada familia elige lo que le queda mejor, tomando en cuenta las características de nuestro entorno y de cada uno de nuestros hijos. 


Y si bien es claro que siempre queremos lo mejor para ellos, no siempre actuamos en consecuencia. Entre la natación, la escuela, las reuniones sociales -cuando se podía- y la clase de regularización porque lo sentimos un poco flojito en matemáticas, no terminamos de entender quiénes son realmente nuestros hijos. 


Hace unos años, en consulta, observaba a un niño en consulta que no podía concentrarse porque le encantaba armar lo que fuera. Tenía un talento impresionante para hacer pequeños robots con sus gomas y un par de clips; a mí su habilidad me dejaba atónita, pues era remarcable. Y si bien no podemos promover que arme gomas con clips durante la clase, debemos explotar esos talentos. 
Todos los niños son talentosos para algo: de ahí que haya teóricos como Howard Gardner que nos hablan de diferentes tipos de inteligencia, de diferentes estilos de aprendizaje, de una variedad de canales por los que entra la información, etc.  Porque no todos los niños se parecen y no siempre les permitimos averiguar cuáles son realmente sus gustos y sus aficiones.  
No cabe duda de que nuestra guía es la clave para que ellos estén bien, tranquilos y contentos. Pero en este mundo acelerado se nos olvida pisar el freno y voltear a verlos, escuchar lo que tienen que decir y promover que aprendan como ellos se sientan más cómodos aprendiendo: en la misma familia podemos tener financieros, artistas, diseñadores y maestros. Seguramente que si crecimos en la misma casa compartiremos valores, pero cada uno llegó a una meta particular de maneras totalmente diferentes y sería ridículo reprender por eso ¿cierto?


Es decir, demos un poco de espacio, bajemos el volumen de aquellos mandatos internos en los que asumimos cuál camino es mejor para nuestros hijos y vayamos de su mano aprendiendo juntos acerca de sus intereses y pasiones. Ellos lo van a agradecer.